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domingo, 20 de marzo de 2011

El Candombe: para los uruguayos es mucho más que tocar el tambor


Barrio Sur en los sesenta, cuando "medio" Medio Mundo jugaba con la camiseta verde de la Yacumenza en la Liga Palermo; cuando desde la kermesse de la Escuela Haití, corrimos las dos cuadras hasta Julio Herrera y observamos atónitos el operativo en el Liberaij; la misma Escuela Haití a la que íbamos con los Silva, Raúl, Waldemar "Cachila" y por ejemplo Manuel era chiquito y Juan el mayor,  trabajaba en la Ancap de la rambla y Juan Angel, el padre, el adelantado, era el que presidía el imaginario consejo de ancianos en el convento y también, las delegaciones de negros y lubolos que AUDAVI y la Dirección de Turismo solían llevar a los más diversos países del mundo para promocionar esto tan nuestro, el Candombe.
En ese entonces, el tambor era cosa de negros y unos pocos blancos, generalmente muy humildes, con la excepción de siempre de Carlos Páez Vilaró; nadie andaba con el termo debajo del brazo y el mate en la mano y la muchachada iba al tablado, igual que los mayores y nadie, le entendía nada a las murgas.
Un mal día cayó la libertad en el Uruguay y con ella, las paredes del gran conventillo, el del inicio del periplo hasta Ansina, el ícono de la época en que había líos a diario pero que no pasaban de unas piñas, a lo macho y no a lo pinchado como ahora, que no se sabe como termina.
Y aparecieron las alpargatas y los bigotes, las boinas y las materas y todos, nos sorprendimos un buen día, parados en las plateas de los clubes que hacían carnaval cantando y saltando mientras le hacíamos los coros a Araca, La Falta, Universo, Omar Romano, La Reina y demás, expresando por esa vía la rebeldía y la protesta, la disconformidad contra el avasallamiento a la dignidad.
Y los fines de semana, además de en el Sur y Palermo, en el Cordón, en la Aguada, Peñarol, el Cerro, Piedras Blancas, empezaron a juntarse algunos muchachos en alguna esquina y comenzaron a darle a la lonja y al otro fin de semana fueron más y más y de esa forma se formaron comparsas barriales totalmente amateurs y allí se nucleaban personas de todo nivel social, cultural y económico.
En el tamboril, los montevideanos primero y los uruguayos todos, luego, encontraron la manera de expresión más arraigada al origen, descubrieron una muy buena parte de nuestra identidad

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