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viernes, 18 de marzo de 2011

El reposo del tambor - Carlos Páez Vilaró


"...En aquellos días, el tamboril era observado sin respeto como un instrumento rústico, secundario y sin valor, que insistía en sobrevivir dando alaridos desde el sótano de la ciudad.
Cuando sus aullidos de cuero rompían el silencio en las noches de luna rozando el sueño de la comodidad, las denuncias para acallar sus voces llegaban de inmediato a las comisarías.
Las altas clases apenas si colgaban el tamboril como decoración en sus casas, lo ponían en las manos de sus hijos como juguete o lo regalaban como recuerdo turístico.
El cambio el barrio lo fue transformando en su símbolo más preciado. Centro de la noria de sus actividades más íntimas, el tamboril terminó acompañando sus navidades, nochebuenas, cumpleaños o sus triunfos deportivos. No dudo que ese apoyo del vecindario influyó para que el tamboril se transformara en la caja musical del pobrerío.
Fue durante 1949, que mi contacto con el tamboril se hizo más firme cuando Juan Angel Silva (El cacique), sensible a mi pasión, me habilitó para integrar la famosa "cuerda" del conventillo "Mediomundo". Desde ese momento consideré a "las Llamadas" como una cita de honor, y año tras año me di el gusto de acompañarlas tocando junto a los grandes maestros del tambor.
Avanzando calle abajo a zapatilla desflecada y envuelto en la euforia de la tamborería, mi orgullo de muchacho estaba desbordado. Nadie me iba a quitar aquella felicidad de tocar junto a nuestros más famosos negros históricos, los Bargueño, los Silva, los Andrade…
Mis primeros tamboriles me los fabricaron el "Quico" Acosta, nuestro "Stradivaris" y el "Lobo" Núñez. Mi voluminoso "piano" actual me lo regaló Juan Velorio poco antes de morir.
La primera comparsa que integré fue "Añoranzas Negras" de José Antonio Lungo. En ese momento se iniciaron conmigo Marta Gularte, Lágrima Ríos, la Negra Jonson y Pirulo. Yo tenía 27 años y nada me hacía más feliz que llegar puntualmente a la partida del grupo, treparme al camión y salir en las noches a recorrer tablados tocando mi tambor.
Por supuesto no me salvaba de las críticas de aquellos que navegando en otras aguas, no entendían mi entrega al carnaval. Desconocían que había un Montevideo secreto alejado del lujo y la facilidad, que me había abierto las puertas para que expresara mi creatividad.
En esa época las "Llamadas" no se habían oficializado y eran espontáneas a "cara de perro". Sorprendían al barrio con su barullo sincopado, la borrachera de sus estrellas y banderas o el estallido de fibra de las escobas de Guinea al rozar el aire. Estaban presididas por el contorneo de sus "mamás-viejas" y sus viejitos "gramilleros" pinchando adoquines con su bastón.
Como lo había pronosticado, al paso de los años el tamboril tomó coraje, se abrió cancha con fuerzas propias, atravesó el desinterés y conquistó el corazón del pueblo.
Mientras tanto, aquel número apretado de comparsas de antaño se transformó en centenares, que alegran la vida de todo el país.
Hoy son las "Llamadas" y obligado por un tema de salud, por primera vez he de faltar a la cita. Si durante más de medio siglo desde el diario El País les dediqué unas líneas, me pareció que en despedida, estaba habilitado para comentárselo a ese conjunto visible de miles de amigos que sentados en las sillas tijera alentaron mi caminata durante años.
Las "Llamadas" fueron mi pasión. El caballete donde apoyé mi pintura, la mesa donde compuse mis candombes.
Me será difícil desde hoy aceptar el desafío de verlas desfilar desde la vereda." 


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